viernes, 27 de marzo de 2015

Místicos y malos

Propone: Altea
Comenta: Rubén

A Jim Henson, in memoriam.

¿Quién no ha visto nunca en la tele a la rana Gustavo (Kermit, the Frog en su lengua natal) o a la cerdita Peggy? ¿Quién de los cuarentones del cineclub no recuerda a dos viejos en un palco contando chistes de juegos de palabras en El show de los teleñecos? Todos los que alguna vez vimos un capítulo de Barrio Sésamo y aprendimos con Coco la diferencia entre cerca y lejos le debemos un poquito de nuestra cultura general a un gran titiritero. Sí, amigos lectores, Jim Henson fue un genio. El padre de Los Fraggle, de los Teleñecos y de muchas creaciones más dirigió en 1982 una película que Altea tuvo a bien compartir en una velada con el cineclub: Cristal Oscuro. No fue la única película del titiritero, pues también es obra suya Dentro del laberinto y alguna otra con los Muppets como protagonistas.

Es esta película, que ahora nos ocupa, un tanto oscura, como su propio título y aunque sean marionetas sus protagonistas, encierra un trasfondo bien adulto. La historia es demasiado compleja y oscura para los niño, o eso dicen las críticas, y los adultos no contemplan el asistir a ver una película de títeres, pues fue Cristal Oscuro la primera película en la que todo estaba animado mediante marionetas; desde los personajes principales hasta la más pequeña de las piezas de atrezzo, todo estaba animado por manos humanas.
La película nos traslada a una época remota ficticia, donde hace mil años existía el equilibrio en el mundo de los Urskeks, pero un día esa paz se rompe cuando uno de ellos daña el cristal oscuro, su más preciado tesoro, y surgen dos razas: los Místicos y los Skekses. Unos se dedican a la meditación y los otros tiranizan al resto de seres que poblaban ese mundo. Además, cada una de estas dos razas están interconectadas de alguna manera pues cada vez que uno de ellos muere, muere también un homólogo en la otra raza. He aquí, entonces un rasgo de ese equilibrio que nunca debió romperse. Pero como en todos los cuentos, un individuo de otra raza podrá restablecer el orden y aunque se empeñen los malotes en aniquilarla, siempre sobrevive uno que será un héroe de naturaleza simple y pequeña.

Ese cristal, ese mundo creado por Henson, recoge un poco la idea del anhelado equilibrio presente en todas las culturas; desde la antigua Grecia y su máxima “en el centro está la virtud” hasta las filosofías orientales del zen budista o la búsqueda del yin yang taoísta. El equilibrio, la paz interior, nuestra recóndita armonía pocas veces tangibles siempre rota por nuestras ambiciones, por nuestro egoísmo...

Es, en definitiva, una película que invita a la reflexión desde un punto de vista grave camuflado de infancia. En el fondo, todos tenemos un niño en nuestro interior.

Finalmente, al visionario que revolucionó con un trapo las marionetas al hacerlas de tela en 1955 alguien le cortó los hilos de su vida. Y así, el día 16 de mayo de 1990 los Urskeks, tanto Místicos como Skekses, se reconciliaron; los Fraggles, los Goris y los Curris convivieron en paz; los Dinosaurios revivieron durante un fugaz instante. Todos los Muppets se sintieron desolados y Kermit calló para siempre porque había muerto su padre y su voz. Henson fallecía a causa de una neumonía a la temprana edad de 53 años.

Jim Henson (1936-1990)
Gracias, Jim, por haberte puesto un día una bayeta en la mano.


lunes, 23 de marzo de 2015

Atrapados en el tiempo

Propone: David
Comenta: José Antonio

Si en Atrapado en el tiempo el personaje de Bill Murray se enfrenta al infierno de tener que revivir un día que detesta una y otra vez, en El secreto de sus ojos sus protagonistas parecen haber quedado atrapados en una época de su vida muy concreta: el brutal asesinato y violación de Liliana Colotto. La vida siguió avanzando para todos, pero sus corazones quedaron amarrados a esa época, sin haber podido superar los acontecimientos que vivieron. La película del argentino Juan José Campanella fue una de las propuestas que nos trajo David al Cineclub.

El protagonista está interpretado por Ricardo Darín, que encarna a un agente judicial ya retirado y que desempolva el viejo caso del asesinato de Liliana que en en su día (1974) investigó y que, aunque pudo ser resuelto, todo se vino abajo al meterse por en medio oscuros intereses del Estado y viejas rencillas con otros compañeros. Reviviendo aquellos días a través de su nueva investigación, nuestro protagonista guarda la esperanza de que pueda recuperar a la mujer que perdió. Ella es Irene Hernández, la secretaria del juzgado recién llegada, que también tiene sentimientos hacia él y que le apoyó en los momentos cruciales de su investigación. Aunque nunca le olvidó, está casada y tiene dos hijos, en el momento en que su viejo compañero regresa para desempolvar el caso. Tenemos también a Sandoval es el amigo fiel que se jugó el cuello por él y que, pese a todos sus problemas con la bebida, tiene un alma noble y sabe perfectamente el significado de la lealtad. Por otro lado, dentro de este repaso de las personas que vieron sus vidas marcadas por el asesinato, tenemos al desconsolado novio de la víctima, sobre quién la pregunta está en si logró pasar o no pasar página sobre lo ocurrido y de qué manera lo hizo. Y, finalmente, tenemos al asesino, quien aparentemente esta muerte acabó siendo una más, ya que después de lo ocurrido fue reclutado por esos oscuros rincones del Gobierno como sicario en crímenes de Estado diversos. Un hecho, que después de lo que estamos viendo con el supuesto suicido de un fiscal dentro de la actualidad de este país, no parece algo tan descabellado. Sin embargo, volviendo a la película, el destino tiene reservada para nuestro asesino una Justicia poética con la que difícilmente va a poder olvidar las monstruosidades que cometió.

A través de flashbacks vemos los momentos cruciales de las investigación, pero en el momento presente, se nos van dando las pinceladas para comprobar las jaulas particulares en las que cada uno de ellos se encerró a raíz de estos acontecimientos. Jaulas en sentido metafórico, claro, aunque para alguna puede que sea algo demasiado literal. La película sabe combinar los momentos intimistas, con otros momentos trepidantes, que nada tienen que envidiar al cine norteamericano. La escena de la persecución en el estadio de fútbol es impresionante, sobre todo ese espectacular plano aéreo tomado en medio de la noche. Ahora se anuncia una versión norteamericana, protagonizada con Julia Roberts y en la que se pondrá el énfasis en las teorías de la conspiración y no puedo evitar ponerme a temblar por el destrozo que pueden hacer a esta gran película.


P. D.: Un dato para el estudio. Los protagonistas parecen haber quedado atrapados en esos días de 1974, una fecha clave de nuestro CineClub porque yo juraría que ese año es el del nacimiento de la mayoría de nuestros miembros. ¿O no es así?

viernes, 13 de marzo de 2015

Los dioses deben estar locos

Propone: Amalia
Comenta: Rubén

Nuestro cineclub es verdaderamente heterogéneo, tanto como sus miembros y por este motivo poco a poco vamos completando las diversas nacionalidades que en el orbe hay con películas dispares e interesantes. De tal manera ocurre así que en sus nueve años y algo ya de andadura no sé si habíamos visto una película China (yo llevo pocos años como socio) pero se subsanó gracias a una propuesta de Amalia, concretamente Ping Pong Mongol.

Ping Pong Mongol (Lü cao di en versión original) es una película de factura reciente, pues data del año 2007, dirigida por Ning Hao (de quien creo que no hemos visto ninguna otra obra) y protagonizada por Hurichabilike, Dawa, Geliban, Badema e Yidexinnaribu. Los actores, sin ser muy conocidos, realizan unos papeles extraordinarios. Poco a poco, los pequeños de cara sucia van abriéndose un hueco en el corazón de los espectadores gracias a su interpretación.

El argumento de la película recuerda a aquella otra sudafricana del año 1980 y dirigida por Jamie Uys. Si en ésta el leitmotiv era botella de un refresco de cola, en la que ahora estamos comentando es algo más sencillo que no refleja el capitalismo, se trata sencillamente de una pelota de ping pong que, flotando en un arroyo, llega a manos de unos pequeños mongoles que nunca antes habían visto algo semejante. Desconcertados ante tan maravilloso objeto, acuden a la abuela de su pueblo para que les diga qué es. Ella les cuenta que es una perla de los dioses caída del cielo. Los chavales deciden ir a un monasterio para depositarla allí. Pero en el convento tampoco les sacan de dudas, pues los monjes no saben qué es ese objeto. Entonces asisten asombrados a un maravilloso invento moderno: el televisor desde donde ven un partido de ping pong y deciden, por tanto, ir a China, donde este deporte es casi el deporte nacional (recuérdese, por ejemplo, Forrest Gump) para devolver la falsa perla divina trocada en un instante en simple pelota.


Realmente, el final me parece un poco al graeco modo. Quiero decir que el film se resuelve Deus ex machina. En este caso el Deus es un simple televisor gracias al cual los zagales toman contacto con la realidad. Alejados de la sencillez de su pueblo, se acercan a la “civilización” y es como si su pequeño mundo se rompiera. La naturalidad de su vida en la aldea es opuesta a la vida en la ciudad. Los mitos de la abuela, las historias de los mayores contrastan con la tecnología. Los cuentos no se escuchan, se ven en la tele. Es un nuevo paso del mito al logos. El pasado mítico frente a la ciencia. Oriente y sus tradiciones contra Occidente y su tecnología.


La cinta destaca por la vivacidad de sus paisajes. Las vistas de la estepa mongola son espectaculares. Los contrastes cromáticos inundan la pantalla con una sencillez de fotografía, sin duda fingida, que llenan los ojos del espectador de unos verdes de la hierba y unos azules del cielo libre de polución que enamoran. Sin duda, el paisaje, la fotografía es lo mejor de la cinta. Una naturaleza en campo abierto. La libertad del individuo, los amigos, la vida sencilla, beatus ille qui procul negotiis...


lunes, 9 de marzo de 2015

Un buen comienzo para un buen final

Propone: David
Comenta: Pepe

Decía nuestro compañero comentarista Rubén en su anterior comentario, a propósito de El vientre del arquitecto, que una película que empieza con un polvo le echa para atrás por considerarlo un recurso fácil para atrapar al espectador. Cierto es que el sexo vende y que todos, en mayor o menor medida, nos dejamos engatusar y compramos. Leyéndole entonces, sin embargo, pensé en el polvo que abre la peli que hoy nos ocupa. Una escena soberbia que nos prepara para una historia sórdida y negra, muy negra, pero a la vez tremendamente atractiva, en la que las más bajas pasiones mueven el mundo de los personajes: El poder, el dinero, las adicciones, el sexo,... Todo eso está en esa primera escena, en ese primer polvo y la conversación del “cigarrito de después” entre Philip Seymour Hoffman y Marisa Tomei, rodado con precisión y maestría por Sidney Lumet. Dicen que la secuencia que abre una película debe dejarnos claro qué vamos a ver, que una buena historia en su primera escena contiene su “manifiesto”.  En este caso, pues, podemos decir y decimos que un polvo es un gran comienzo.


Un comienzo que no defrauda a posteriori como ocurre demasiado a menudo. Además de la labor de Sidney Lumet, al que ya tuvimos ocasión de admirar en 12 hombres sin piedad y Tarde de perros, no podemos dejar de reseñar la labor de los intérpretes que del primero al último están estupendos en sus papeles. El tristemente desaparecido Philip Seymour Hoffman y el no siempre tan solvente Ethan Hawke interpretan a los hermanos protagonistas. Junto a ellos destaca la mujer que comparten, una magnífica Marisa Tomei en plenitud que se come literalmente la pantalla, y algunos secundarios de auténtico lujo como Albert Finney.

Así, poco a poco, sin prisas pero sin aburrir, sintiéndose seguro de su historia y sus actores, Lumet va construyendo con rigor y oficio un film lleno de crudeza que recuerda a clásicos como Atraco perfecto (Stanley Kubrik, 1956) o La jungla de asfalto (John Huston, 1950). Una de esas cintas en las que queda claro que lo que vamos a ver es un auténtico camino a la perdición en el que la redención podrá atisbarse al final del viaje, pero a menudo será solo una ilusión. Como dice el título, al final podrás pasar media hora en el cielo, o acaso conocer los cinco minutos de gloria que todo el mundo merece, pero tarde o temprano el diablo se enterará de que has muerto y reclamará lo que es suyo por derecho.


Antes de que el diablo sepa que has muerto fue la última película que dirigió Lumet antes de su muerte en 2011. Un magnífico colofón para una carrera llena de títulos imprescindibles.


viernes, 6 de marzo de 2015

Los cuernos pesan en el estómago

Propone: Víctor
Comenta: Rubén



Tengo por costumbre no leer un libro en cuya primera página haya un polvo. Me parece un recurso paupérrimo intentar captar mi atención con sexo antes de presentarme al protagonista. Por eso cuando vi la primera escena de “El vientre de un arquitecto” me puse receloso. Una pareja fornicando en un compartimiento de un tren nocturno que circulaba atravesando la frontera entre Francia e Italia no es, para mí por esta razón, la mejor manera de empezar una narración.


Pues quiso Víctor añadir un corolario a mi ciclo sobre Roma con esta película, rodada en la urbe fundada por Rómulo. Y la verdad es que las vistas que de la ciudad eterna muestra la cinta son magníficas. “El vientre de un arquitecto” es una película de 1987, dirigida por Peter Greenaway (director un tanto tabú en nuestro cineclub desde su ivanazo “El contrato del dibujante”) y protagonizada por el hipocondríaco Brian Dennehy. He leído críticas dispares sobre esta película: o te gusta o la detestas, pero no encontré término medio.


La cinta cuenta el viaje del famoso arquitecto estadounidense Stourley Kracklite y su mujer a Roma para dirigir una exposición en el Vittoriano sobre otro arquitecto, el francés Étienne-Louise Boullée, cuya obra se inspiró en gran medida en el Panteón de Agripa, encargado de realizar el cenotafio de Newton en plena corriente neoclasicista y racionalista que no se realizó. Una vez en Roma, su mujer es seducida por un encargado poco honrado de la exposición, a la vez que a nuestro arquitecto le empieza a doler el estómago, y poco a poco se convierte en una obsesión. Finalmente, resulta ser un cáncer y no un aviso de las infidelidades de su mujer con el italiano. Lenta y sutilmente, el amante de la mujer va suplantando al arquitecto en todos los aspectos, no solo sentimentales o sexuales, sino también en la dirección de la propia exposición.

Para mí, la película habla de la fugacidad de la vida, de lo efímero del tiempo en algunos casos (como un billete de una libra ardiendo) o por el contrario de las obras eternas como el Panteón. Sin duda la vida está presente en ella, pues la película empieza generándola y termina con una muerte. El león joven destronando a un león ya viejo incapaz de mantener su dominio.




Tal vez el cáncer que sufre el protagonista sea una metáfora sobre algo que yo no alcanzo a identificar, pero al igual que la mujer del arquitecto gesta en su vientre durante nueve meses a su hijo, él desarrolla, en la misma zona, un cáncer que lo llevará a una tumba en vida. Vida y muerte. Gestación de vida y gestación de muerte. Principio y fin. Es revelador el comienzo de la película, pues la cámara se detiene en un cementerio, anticipando ese origen y final. Mientras crean vida, la cámara se recrea en los nichos. Y así, cuando nace el niño, muere el padre.


Por cierto, en casi toda la película predomina el color blanco: en las ropas de los protagonistas, en los mármoles del Vittoriano, en el pastel de la primera cena romana...


Debo añadir, como nota negativa, que en la película hay varias infidelidades a la Historia, se comenta, por ejemplo, que el Panteón lo construye Adriano cuando todo el mundo sabe que lo realizó Agripa en el reinado de Augusto.