viernes, 5 de diciembre de 2014

El teatro del mundo

Propone: Rubén
Comenta: Víctor
 

Voy a pedir al improbable lector de esta reseña (como diría de nuevo quien yo me sé) que tenga la paciencia de leer unas frases respecto a cuáles han sido mis prejuicios al abordar esta película. El primer libro de cine que leí (cuyo título no recuerdo) fue uno prestado que profesaba una devoción incondicional por Fellini, del cual yo desconocía por entonces prácticamente todo --y mi situación no ha mejorado mucho desde entonces. Es que tanta admiración resulta contraproducente: a uno le quedaba la sensación de que había poco menos que postrarse para ver una película del italiano, y me daba pereza. De modo que mi ocasional cinefilia ha ignorado casi totalmente a Fellini, ajena a esa "cosa felliniana" tan celebrada. Y en el caso de esta película la cosa era aún peor: ¿"La dolce vita"? ¿Marcelo Mastroianni dando tumbos de aquí para allá, de ligue en ligue, de fiesta en fiesta? Parafraseando a Estragón, para siempre detenido esperando a Godot, ¿pero qué tiene que ver conmigo la "dolce vita"? A mí háblame del subsuelo...

Normalmente (no siempre, pero casi) antes de escribir nada suelo leer varias críticas (gracias a Internet) y sólo entonces preparo mi propio refrito al que añado dos o tres cosas de mi propia cosecha. El método funciona bien, pero en este caso he decidido partir de cero, ¡nada de lavados de cerebro fellinianos "a priori"! Por otra parte, como dura mucho la he tenido que ver en tres sesiones, lo que siempre permite tomar mayor distancia --cuestión esta de la distancia a la que, incidentalmente, no es ajena la misma película. Enseguida lo veremos.


Si el cine, como la literatura, no es más que su técnica, la de esta película se separa notoriamente de "lo convencional" de varias maneras: lo que primero llama la atención es que las diversas secuencias se interrumpen abruptamente, sin explicaciones --a veces se dan por sobreentendidas--, justo cuando uno esperaría el consiguiente desarrollo que diera respuesta a las preguntas que (parece que) se han suscitado: ¿por qué de pronto tiene prisa por marcharse el padre de Marcelo de casa de Fanny? ¿Por qué se ha suicidado Steiner, después de matar a sus hijos? Al menos hay lugar para hacer un poco de psicología, y es una suerte, porque buena parte del tiempo comentar películas consiste en hacer un poco de psicología. Para reforzar esta sensación de extrañeza, la puesta en escena no siempre es realista: en el hospital, por ejemplo, estamos en un escenario reducido a los mínimos elementos: un espacio abierto, un teléfono sobre un taburete, dos puertas, una enfermera que pasea sin un propósito definido.


El arranque de la película es formidable: un helicóptero transporta una estatua de Cristo mientras el ruido del motor se mezcla con tañidos de campana, creando el conjunto cierto sentido de farsa. Ese sentido de farsa es omnipresente en lo que viene después: a partir de este momento inaugural, Mastroianni (al que incluso fotografían sus colegas de la prensa) dará dos paseos por la Roma nocturna con diferentes mujeres, asistirá a dos fiestas, comerá en dos restaurantes, visitará un chiringuito de playa, será testigo de un rodaje y como un Joseph K. redivivo tendra una conversación en la catedral.


Por ejemplo, en su periplo creerá que se enamora de una famosa --y caprichosa-- artista de cine, de nombre Silvia, que no duda en aullar con los perros cuando los oye en la noche romana, o en bañarse en la famosa fuente de Trevi. Pero al devolverla a su hotel --había discutido con su marido, de ahí el periplo-- éste, por fin sobrio, le aplica a Marcelo un pequeño correctivo por su osadía. En la secuencia que sigue sin solución de continuidad conoceremos a Steiner en la catedral; para entonces Silvia ya está olvidada. Por cierto, su paseo con ella recuerda otro al principio de la película, aquélla vez con Emma, rica heredera igualmente veleidosa, que declara «Quisiera vivir en otra ciudad, donde no me conociera nadie». «A mí Roma me gusta mucho», le responde Marcelo, «Es una especie de jungla, cálida, misteriosa... donde uno puede esconderse».

En cada ínterin entre los flirteos de Marcelo siempre reaparece Emma, su mujer, con la que siempre quiere romper y con la que siempre vuelve: «Ya no soporto tenerte a mi lado. Vete. [...] ¿Qué haces, estúpida? Vuelve aquí.» «Yo ya no soporto tu amor agresivo, viscoso, maternal. No lo quiero, no me sirve. Eso no es amor, es basura». Mientras tanto, Emma insiste: «¿No comprendes que ya has encontrado lo más importante de la vida? Nadie podrá quererte como yo». En la escena más corta de la película, que dura tres minutos y tiene lugar en un chiringuito, Marcelo está quejándose al teléfono: «Mira, Emma, no puedo pasarme la vida llamándote. Necesito trabajar en paz». Entonces cuelga, exclama «Loca desgraciada» y le echa inevitable pero prudentemente los tejos a Paula, una chica rubia, húngara, que trabaja de camarera. Ella le muestra sus dotes de cantante (desgraciadamente Marcelo ha demostrado en dos ocasiones su impaciencia con la música). De pronto, vuelve al teléfono y marca el número de Emma; ella le contesta, «¿Qué quieres ahora?»



Incluso hay una secuencia dedicada a una supuesta aparición de la Virgen a unos niños, auténtica apoteosis de la farsa. Muchos detalles "fellinianos" se podrían mencionar, pero la película dura tres horas y al fin y al cabo se trata de verla. Si lo hemos hecho o lo vamos a hacer, farsantes todos llegamos a la última fiesta previa al final de la cinta, fiesta bastante estrambótica que acaba al amanecer, con la mayoría de invitados dirigiéndose a la playa donde ha aparecido una especie de raya gigantesca. Entonces, vemos de nuevo a la ya para entonces olvidada Paula, que intenta decir algo a Marcelo con gestos desde la distancia; pero no la entiende, finalmente ella desiste; Marcelo se va con una invitada y se despiden con gestos. Entonces vemos un primer plano de Paula, que después de un momento mira a la cámara y sonríe misteriosamente. ¿El eterno femenino manifestándose como una nueva Gioconda distante? Como si estuviera en el secreto de lo que realmente importa, como si supiera de qué va realmente la vida.


En el único momento (creo) donde suena música en la banda sonora (es decir, música que no esté en el mismo ambiente sonoro que se nos muestra, sea una fiesta, un restaurante, etc.), música que es como una pulsación obsesiva, el posteriormente suicidado Steiner se explaya: «La paz me da mucho miedo. Imagino que es sólo apariencia, y que oculta el infierno. El mundo será maravilloso, dicen, y no sé en qué se basan si hasta una llamada de teléfono basta para que todo acabe. Debemos vivir fuera de las pasiones, de los sentimientos, en la armonía de la obra de arte lograda, en ese orden encantado. Deberíamos amarnos tanto como para vivir fuera del tiempo, distantes. Distantes.»

Y así, "a posteriori", ahora mismo, tengo la sensación de que "La dolce vita" es una obra de arte más lograda de lo que me parecía mientras la estaba viendo. C'est la vie.