lunes, 29 de septiembre de 2014

El no-contador de historias

Propone: Esther
Comenta: Rubén


He visto en el cineclub dos películas del director japonés Akira Kurosawa, presentadas por dos personas distintas, la primera fue Rashômon a propuesta de Miguel y la otra Vivir, a propuesta de Esther y he llegado, tras el visionado de ambas, a la misma conclusión: El director japonés no te cuenta una historia. Él solamente expone los hechos y tú mismo reelaboras toda esa historia a partir de las narraciones que hacen los personajes que en ella intervienen. Kurosawa más que un narrador es un periodista en el sentido en el que debemos entenderlo, y esto es en el modo de exponer unos hechos sin tomar partido.


En Vivir, cinta japonesa del año 1952, sabemos desde el principio lo que le va a pasar al protagonista, pues un narrador omnisciente nos lo cuenta. Nos adentra en la trama de la historia, como si fuera el prólogo de un libro, el capítulo uno de una larga novela, desvelándonos el final porque a nuestro director no le preocupa el qué se cuenta, le interesa el cómo se cuenta aunque guste Kurosawa de entretenerse en los detalles, en reflejar la cotidianeidad, en aproximarnos a la vida de su protagonista para que podamos luego encajar, como si fuésemos detectives, todas las piezas desordenadas que no se muestran, sino que se cuentan estilo indirecto por boca de los otros personajes, sobre la trama de la película. Involucra de tal manera al espectador, seduciéndolo con vacíos narrativos que se implementan con las posteriores intervenciones desordenadas pero sin llegar al caos de otros actantes y logra hacer al receptor parte activa de la película. Y logra así que la trama sea relato y que el relato sea hilo conductor de los hechos, y que tú deduzcas cosas y hechos, y que unas pistas y narraciones y que acabes montando la película en el orden que desees. Kurosawa puentea al montador y nos ofrece esa posibilidad. Es un relato cerrado desde el primer minuto, pero abierto desde el minuto segundo. Sabemos el final desde el principio, pero no sabemos cómo se logra. Eso queda fuera de cámara pero posteriormente nos adentra en un laberinto de recuerdos, de vivencias pasadas que como las piezas de un gigantesco puzzle vamos extrayendo del montón para ir encajándolas en la vida del señor Watanabe para comprender mejor sus actos.



Esto puede generar un final abierto y, al igual que en Rashômon, quizá no lleguemos nunca a conocer la historia verdadera, pues cada uno puede cerrarla a su antojo, convirtiendo al protagonista en héroe o villano, según su empatía. Una historia que por otro lado le sirve al director nipón para hacer una crítica a la burocracia, para reflejar un País del Sol Naciente sumido en los profundos y drásticos cambios sociopolíticos que tras su derrota militar en la Segunda Guerra Mundial afectaron a su patria. Muestra un país que se debate entre la tradición y la Occidentalización.



Kurosawa deconstruye el cine, como Adrià deconstruyó la tortilla de patatas. Retuerce la sintaxis fílmica tradicional para hacer partícipe al espectador transformándolo en actor; presenta un final al principio cerrado pero abierto; muestra sus cartas y encima farolea y acaba ganándote.

Tan solo lamentar el excesivo metraje de la cinta pues con sus dos horas y cuarto largos acaba tornándose un poco eterna. La caída del telón se hace esperar demasiado pero sin todas las pistas, no puedes resolver el misterio que, aunque no sepas, te ha propuesto ante tus ojos para que lo resuelvas.


 

jueves, 18 de septiembre de 2014

Almodóvar o el moderno Prometeo

Propone: Pedro
Comenta: Rubén



Cuando Mary Shelly, la escritora inglesa del siglo XIX, escribió su novela Frankenstein o el Moderno Prometeo abrió una nueva caja de Pandora en la literatura y en las artes. El elogio de la técnica que se presenta en la novela, y que tanto hizo pensar al filósofo madrileño Ortega y Gasset, contrasta con la crítica contra el mal uso que de ella se puede llegar a hacer. Crear un ser humano surgido de partes de otros y dotarlo de vida gracias a la ciencia puede sonar muy emocionante, pero ¿sería ético realizarlo?


Todo este breve ensayo sobre bioética literaria viene a colación de la película almodavariana La piel que habito, filme del año 2011 del realizador manchego y que otro Pedro, nuestro Pedro, nos trajo al cineclub. El director contó para el reparto con varios de sus actores fetiches, tales como Marisa Paredes, a quien ya dirigió en Todo sobre mi madre, Tacones lejanos y La flor de mi secreto, y Antonio Banderas con quien ya grabó su vieja Átame y su famosa Mujeres al borde de un ataque de nervios. Por cierto, que la película es una adaptación de una novela francesa, escrita por Thierry Jonquet, titulada Tarántula.
En la página web de la película se puede leer el argumento, consultar imágenes y datos sobre la película y varias cosas más, por lo que no me voy a extender aquí y voy a dedicar el comentario, tal y como he hecho al principio, a divagar desde un punto de vista ético. Pues en la película se plantean varios dilemas, o yo al menos así lo he analizado.


El protagonista, Antonio Banderas, encarna el personaje del doctor Robert Ledgar, un cirujano plástico atormentado. La medicina, precisamente, ha avanzado a grandes pasos en los últimos años, surgen nuevas disciplinas en el campo médico como la cirugía plástica pero todavía no es posible dotar de vida a un cuerpo inerte, al modo de Shelly. Pero, ¿se puede cambiar la vida de un sujeto mediante un cambio total de aspecto? Si Kubrick nos enseñó en La naranja mecánica que el ser humano no cambia su personalidad por muchas terapias a las que sometas su mente, Almodóvar o Jonquet nos plantean la posibilidad de cambiar al ser humano modificando su aspecto físico. Cuerpo y alma o cuerpo y mente. ¿Quién prima sobre quién? ¿El aspecto físico condiciona nuestra conducta o la personalidad radica únicamente en la mente? ¿Seremos capaces algún día de realizar una transformación de personalidad modificando cuerpo o conductas? Ahí lo dejo para el posterior debate que seguramente no surgirá.


Otro dilema del filme, tal y como yo lo veo, es emplear el poder de la medicina como justicia “social” o poética. Como castigo que se narra en la película, ríete tú del que inventaban los griegos (Tántalo, Sísifo, Ixión y otros muchos). Claro, que el tomarse la justicia por su mano, se le va de las manos al doctor Ledgar. No es el único caso del que se puede hablar de un empleo trastocado y opuesto al juramento hipocrático que cualquier galeno debe realizar, observar y cumplir, baste con recordar los horrores del doctor Muerte, Josef Mengele, en el campo nazi de Auschwitz durante la barbarie de la Segunda Guerra Mundial. Sin querer comparar, obviamente, la horripilante realidad del pasado con un bello relato de ficción, que no he leído pero que inspiró una película.


lunes, 15 de septiembre de 2014

Los ilusionistas, parte 2

Propone: José Antonio
Comenta: Pepe

Al proponerme a mi mismo comentar La invención de Hugo en este nuestro querido blog, me vino inmediatamente a la cabeza el post que escribí sobre Encuentros en la tercera fase, allá por diciembre de 2011. Al volver a él ahora, además de constatar que hubo un tiempo en el que los comentarios de un post podían rozar la veintena, me he dado cuenta de que lo que pretendía decir de la película de Martin Scorsese que hoy nos ocupa estaba más o menos condensado en el primer párrafo de aquél. No porque Spielberg y Scorsese pertenezcan a una misma generación, que también. La generación de cineastas que eclosionó en los setenta, y que comparte discursos  y rasgos estilístico, a pesar de generar obras tan variopintas. No, nos vino aquel comentario a la cabeza principalmente porque entonces empleábamos el nombre de George Meliés para caracterizar (y reivindicar) el cine pionero que se hizo grande en las casetas de feria; más entroncado con los espectáculos de variedades que con la alta cultura; un cine cuya misión única era maravillar al espectador, sorprenderle, impactarle y dejarlo boquiabierto con sus trucos. Un cine al que regresó Spielberg, y al que también regresaremos hoy, por partida doble.

El cine de los ilusionistas, decíamos entonces, y precisamente extraíamos esa nomenclatura del documental que el propio Scorsese dedicó en 2005 a la historia de la cinematografía norteamericana. Y ahora comentamos una película de Scorsese en la que George Meliés es el personaje clave de la historia. Una película sobre el primer ilusionista (Meliés fue mago antes que cineasta) que vio el potencial del invento de los hermanos Lumiére y se lanzó a exprimirlo, abriendo el camino a muchos otros. Y además, una película hecha con mirada y estilo de ilusionista.

La invención de Hugo es, pues, además de una bonita historia de aventuras ambientada en el París de entreguerras, una encantadora lección de Historia del cine, porque aunque algunos querrán ver incongruencias históricas o inexactitud de datos, o criticarán la mezcla de fantasía y hechos reales, olvidarán que la mejor manera de explicar aquel cine mágico es con una película tan mágica como esta. Scorsese se aleja del estilo y contenidos al que nos tiene acostumbrados, más oscuro, adulto y desencantado; casi cínico. Pero todo cuadra. Aquí su manierismo, su minuciosidad, su gusto por el detalle, se vuelcan en hacer lo que hicieron los pioneros: Exprimir el potencial técnico de una nueva tecnología (no en vano es la primera incursión de Scorsese en el terreno del último intento de popularizar el cine en 3D) y llevarla a cotas nunca antes vistas. Y maravillarnos. Ser un ilusionista, otra vez.

¿Y nosotros? Nosotros, como espectadores, tener la suerte de poder ver el cine de nuevo con los ojos del niño protagonista, ser inocentes como eran los espectadores de principios del siglo XX, como lo fuimos todos un día, quedarnos boquiabiertos y ojipláticos (dejarnos reencantar, que diría nuestra compañera Esther) como si fuera la primera vez. Un gustazo, oiga.


lunes, 8 de septiembre de 2014

Seis personajes en busca de actor

Propone: Miguel
Comenta: Víctor


A pocos desagrada esta película, la última de Louis Malle. La rodó por casualidad: la compañía de teatro de André Gregory representaba en 1991 un atípico montaje de "El tío Vania", de Chéjov. El reducido público invitado a cada representación era acomodado en el escenario, y tenía que ir trasladándose llevando sus propias sillas para seguir la obra que representaban actores vestidos con ropa de calle a través de escenarios dotados de los mínimos elementos. Malle fue invitado a una de ésas representaciones. Poco después Gregory, abrumado por el fallecimiento de la actriz que interpretaba a la nodriza, interrumpió las funciones; entonces Shawn (Tío Vania en la película) le propuso a Malle filmar el montaje para que no cayera en el olvido. Malle se entusiasmó con la idea, y así realizó esta película sobre un ensayo para la representación de la obra citada.


El resultado tiene algo de mágico, difícilmente explicable por ninguno de los elementos que se analizan o discuten habitualente: todo es redondo, pero el conjunto no se puede reducir a sus partes. El intemporal drama de Chéjov está reducido a sus elementos básicos: vidas malgastadas, soledad, esperanza romántica y sorda desesperación. El trabajo de todos y cada uno de los actores es irreprochable. La actitud de la cámara es prácticamente documental: ningún artificio, ninguna afectación para filmar una puesta en escena descarnada y a la vez vibrante a partir de suaves juegos de luz y sombra.


Pocos son interludios en que los actores (los "auténticos" personajes de la película) se interpretan como tales actores; la mayor parte del tiempo están, justo, actuando como personajes del drama, del sueño dentro del sueño. Pero nunca lo olvidamos del todo:  son los actores los que se nos muestran simplemente leyendo el guión (también irreprochable, por cierto) en el ensayo; y cuando actúan, a menudo los ruidos de la ciudad, del tráfico de las calles, los cláxones, nos recuerdan su condición. Lo que no hace sino reforzar el sentido de intemporalidad del drama, que se prolonga --mágicamente-- más allá de su texto. Tanto dentro como fuera de él, todo es actuación. La banda sonora, que tampoco adquiere un excesivo protagonismo, puntúa maravillosamente dos o tres momentos --como el principio de la película o el monólogo de Vania donde declara su amor no correspondido, con un saxo en clave de "free jazz".


No es necesario decir nada más sobre esta película, que yo pondría en una lista de las diez imprescindibles. Podría uno enrrollarse con psicologías, o interpretar lo problemático de la idea de la resignación latente al final. Pero sería contrario a su mismo espíritu. No hace mucho hemos podido ver otra de las películas clásicas de Malle, "Adiós muchachos". Seguro que no será la última.

El secreto de la felicidad

Propone: Laura
Comenta: José Antonio


"Es tan pobre que sólo tiene dinero". Ésta es la frase que resume la esencia de "Vive como quieras", la película de Frank Capra que Laura llevó a muestro Cineclub. Con ella, la exótica familia protagonista describe al multimillonario padre del novio de una de sus miembros. "Vive como quieras" reivindica el placer de disfrutar de las cosas sencillas y vivir haciendo aquellas cosas que a uno le gustan. El argumento parte de la historia de amor entre los dos protagonistas que pertenecen a familias de planteamientos y formas de pensar antagónicas.Tony Kirby, interpretado por James Stewart, proviene de una familia de millonarios y empieza a salir con una de sus empleadas, Alice Sycamore, que encarna Jean Arthur. La historia de la familia de ella requiere una explicación. El abuelo Vanderhof decidió hace treinta años que tenía ya suficiente dinero para vivir y se retiró de los negocios para disfrutar de la vida. Cada miembro de la familia se dedica a hacer aquello que más le gusta porque ya tienen sus necesidades básicas cubiertas. El poner a compartir mesa y mantel a las dos familias y el choque de personalidades es el motor que mueve esta comedia que rodó Fank Capra en 1938. Para añadir algo más de tensión al asunto, resulta que el edificio en el que viven es precisamente el único cuyos propietarios se niegan a vender, lo que impide a los Kirby y su empresa ejecutar un pelotazo urbanístico. Resulta cuanto menos curioso que la policía esté investigando a este grupo familiar por considerarlos peligrosos anarquistas, unas personas que lo único que quieren es disfrutar de la vida y hacer aquello que les gusta. La crítica de fondo al capitalismo está latente, ya que parece como si en este sistema lo único que prima es competir con los demás y machacar al rival, acumulando únicamente por el placer de acumular y sin disfrutarlo.



Capra es el máximo exponente de las películas del new deal, obras que pretendían devolver el optimismo y contribuir a la regeneración moral de una sociedad hundida tras la crisis de 1929. Dada la crudeza de aquella recesión, no es de extrañar que muchos de los planteamientos del cine de Capra cobren especial vigencia en los tiempos actuales. "Vive como quieras" fue la primera película de Capra que tuvo a James Stewart como protagonista y para mi era desconocida hasta ahora. Las otras dos colaboraciones entre ambos fueron "El caballero sin espada" y el gran clásico "Qué bello es vivir". En ellas se muestra a individuos enfrentados a un sistema corrupto y para luchar contra él no tienen otra arma que sus principios y su honradez. Puede que algunos tilden a Capra de blandengue, pero yo prefiero que alguna vez ganemos los individuos frente a los poderosos y los corruptos, por mucho que algunos insistan en que en la realidad el sistema acabe aplastando al individuo. Porque a mi también me gusta ir al cine a soñar, aunque no en el sentido en que lo hacen otros miembros del Cineclub de los que no diré nombres. Las películas de Capra son patrióticas, pero sería injusto colocarle la etiqueta de americanadas. Capra defiende ante todo al individuo frente a los sistemas. Al ser Estados Unidos el lugar donde vive, reivindica al ciudadano americano y a su derecho a rebelarse contra instituciones corruptas. No en vano, Estados Unidos era el referente de democracia en los años 30 y no hay que olvidar que en la vieja Europa algunos de sus países habían optado por apoyar regimenes fascistas que estaban legitimados por las urnas. Capra tenía muy claro que una cosa eran los intereses de los ciudadanos de un país y otra los intereses de los gobiernos de turno. Sus personajes son personas humildes, sencillas y trabajadoras dispuestas a hacer los sacrificios que sean necesarios para enfrentarse a las injusticias. Cuentan que en la vida real Capra era una persona profudamente pesimista y que el optimista que trasmitía en sus películas era precisamente la terapia que utilizaba para combatirlo. No sé si al le llegó a funcionar, pero cada vez que termino de ver una de sus películas siempre consigue trasmitirme buen rollito y salir sonriente a la calle. Los finales felices siempre nos hacen recordar que es posible soñar con un mundo mejor.



martes, 2 de septiembre de 2014

Nunca estuvimos solos

Propone: Iván
Comenta: Rubén



Una de las últimas propuesta de Iván para nuestro cineclub fue Otra Tierra, película de reciente factura, pues data de 2011, dirigida por Mike Cahill quien también co-escribió el guión junto a Brit Marling la cual ganó el premio a la mejor actriz por esta película en el Festival de Sitges en el año de su estreno. La película cuenta en su haber, además de este galardón, el premio especial del jurado del Festival de Sundance; el de sección oficial largometrajes a concurso en el Festival de Locarno y un par de nominaciones, una al mejor director en los premios Gotham y otra a la mejor ópera prima y mejor guión novel en los Independent Spirits Awards.


A veces, las películas que nuestro compañero nos trae albergan más filosofía de la que nos pensamos. Una filosofía que pasa desapercibida, una filosofía que, a lo mejor, sólo es una sensación mía. Y tal vez por eso, cuando vimos esta película recordé la teoría de los tres mundos o tres clases de realidad del filósofo austro-británico Karl Popper.


Según este pensador, tres son las clases de realidad: el mundo 1 (de los fenómenos físicos), el mundo 2 (de los fenómenos mentales) y el mundo 3 (de los fenómenos culturales). Para él, una vez que tenemos materia, nuestra mente adquiere cierta libertad que le permite actuar sobre ella misma y sobre los otros mundos, a la sazón el material y el cultural. Igualmente, los fenómenos físicos o la materia pueden afectar a la mente a través del cerebro y los fenómenos mentales pueden, a su vez, producir ciertos cambios físicos. Una estado báquico de la conciencia (forma algo rebuscada para indicar una intoxicación etílica) o una faz ruborizada pueden servir de ejemplo respectivo. O bien la idea que tiene un arquitecto para una casa (mundo 2, fenómeno mental), la realización material de esa casa (mundo 1, fenómeno físico-material) y la estructura o distribución de la casa (mundo 3, fenómeno cultural). Por cierto, los tres mundos son interactivos entre sí pero irreductibles.
No se puede negar que el mundo 1 ha sufrido diversos y hasta abundantes cambios por efecto de las ideas mentales, o que el mundo 2, nuestras propias vivencias subjetivas, puede alterarse también por influjo y acción de ellas, de las mismas ideas que la mente ha generado y de las diversas implicaciones inesperadas que, tal vez mucho tiempo después de desaparecida esa mente originaria, otra mente es capaz de actualizar a través de su lectura en un libro. Asimismo, las teorías científicas, filosóficas y el arte pueden influir sobre los otros dos mundos.

Y todo esto porque en este film, de repente, surge otra Tierra en el universo. No aparece un planeta habitable o habitado, no. Otra Tierra exactamente igual a la nuestra, con sus mismos habitantes y accidentes geográficos. Es como un reflejo de la nuestra pero con entidad. A lo largo de la cinta se recurre a diversas teorías para explicar este fenómeno. Y ante este panorama, mi retorcida mente empezó a elucubrar que nuestra Tierra sería el mundo 1, la otra Tierra, sin ser un fenómeno mental, yo la asociaría al mundo 2 en parte porque supone una solución imaginativa, y finalmente, el mundo 3 sería nuestra situación cultural. Es bastante difícil defender esta idea sin ser un aguafiestas contador de finales, pero espero que los que la vieron, pueda comentar.


Por cierto, para el concepto de alteridad mejor leer a Simone de Beauvoir y su libro El segundo sexo