lunes, 13 de mayo de 2013

Pecados sin castigo

Propone: Manuel
Comenta: José Antonio

Hace tiempo que tenía pensado escribir un cometario doble de las películas que teníamos pendientes de Woody Allen en el blog: “Conocerás al hombre de tus sueños” y “Delitos y faltas”. Sin embargo, a la hora de empezar a pensar qué decir, me di cuenta de que eran películas totalmente distintas y que comentarlas conjuntamente era un poco forzado. Digo esto para echar abajo el tópico de que Allen siempre hace la misma peli. El caso es que se me adelantaron y comentaron una de las dos. Como “Conocerás al hombre de tus sueños” ya está “comentada”, hablaré de “Delitos y faltas” que nos trajo Manu. 

En realidad, “Delitos y faltas” se parece más a “Match Point”, algo en lo que muchos caímos el día de la proyección, aunque tienen sus diferencias. Estas dos películas tienen en común que sus protagonistas cometen un asesinato para tratar de esconder un romance clandestino. Mientras que “Match Point” se enmarca en la etapa llamémosla londinense de Allen, “Delitos y faltas” pertenece a los años en los que el director neoyorkino quería ser Ingmar Bergman. En los 80 la obra de Woody Allen era un poco más seria, bailando entre la comedia y el drama. A mediados de los 90, casi diría yo tras divorciarse de Mia Farrow, Allen volvió a la comedia en estado puro y empezó otra etapa dorada de su filmografía. Pero eso es otra historia. Mientras “Match Point” está más cercana al cine negro y a Alfred Hitchcock, “Delitos y faltas” es toda una reflexión filosófica sobre la culpa y la existencia de Dios. En ella se nos cuenta la historia de dos personajes interpretados por Martin Landau y por Woody Allen. En el caso del primero se nos habla de los delitos y de las faltas en el del segundo.

Woody Allen encarna a un director de documentales del montón que deberá hacer uno sobre la figura de su cuñado, un famoso productor de culebrones a quien odia porque en el fondo le envidia. Para colmo los dos se enamoran de la misma mujer, a pesar de que Allen ya está casado. Intentando no destripar demasiado el argumento, diré que al final Allen será despedido y relegado profesionalmente tras hacer un reportaje que ridiculiza a su cuñado. Su esposa le deja y, encima, la mujer de la que se había enamorado acaba con su cuñado, el mismo al que detestaba y que le ha relegado al ostracismo. 

El personaje que interpreta Martin Landau es un reputado oftalmólogo, buen padre de familia y que goza de una buena posición social. Un día se enfrenta a la decisión de encargar el asesinato de su amante que amenaza con contar todo a su esposa. Vencidas las dudas morales, ejecuta el plan. Tras los remordimientos iniciales, acaba dándose cuenta de que nadie le descubrirá nunca y que ningún Dios justiciera bajará del cielo para castigarle por su crimen.

Los dos personajes terminan de forma muy distinta, a pesar de que lo que ha hecho uno es muchísimo más grave que lo del otro. No hay dioses que nos premien por hacer el bien y nos castiguen por hacer el mal, ni un castigo proporcional a nuestros pecados. Ante la falta de dios, sólo una actitud moral y ética ante la vida es lo único que podemos hacer para evitar el caos. Como dicen en uno de los diálogos (la frase no es textual), somos la suma de nuestras decisiones y en función de las que adoptemos nuestra vida irá por un camino u otro. No todas tienen que ser buenas o malas, necesariamente. Unas compensan a las otras y lo que contará será la suma de todas las decisiones al final de nuestra vida. Ésta es la conclusión a las que nos lleva el director sin ningún tipo de lecciones morales y encima arrancándonos alguna carcajada de vez en cuando. Toda una reflexión metafísica sobre el bien y el mal y si nuestras acciones tienen castigos o recompensas. Pero mejor verlo en el vídeo que adjunto, que incluye una de las escenas finales de la película en un diálogo que lo explica todo. Eso es todo amigos.