lunes, 28 de noviembre de 2011

Grandiosos silencios

Propone: Rubén
Comenta: Pepe

El cine nació mudo y más tarde se volvió sonoro. Esta afirmación, que se acerca peligrosamente a la obviedad, se presta, sin embargo, a un posible análisis y a una réplica.

Empecemos por el análisis posible: es fácil pensar que el advenimiento del cine sonoro, allá por los últimos años veinte, fue un gran avance para las artes y las industrias del cine. En realidad, las exigencias de la precaria tecnología de sonorización llevaron a un auténtico paso atrás en la estética cinematográfica. Digamos que la posibilidad de decir supuso un decaimiento de la poesía de mostrar que se había desarrollado en las décadas precedentes. El paso del cine silente al sonoro supone una fractura, casi un nuevo comienzo, en el que el cine vuelve atrás para volver a tomar impulso. De este momento límite da buena cuenta, para los que quieran documentarse mientras disfrutan de una gran velada, la celebérrima película Cantando bajo la lluvia (Stanley Donen y Gene Kelly, 1952).


Dicho esto, podemos ir con la réplica: El cine sonoro no extinguió al mudo. Su carácter hegemónico lo volvió dominante, pero de vez en cuando podemos ver ejemplos de películas que prescinden de la palabra para hacernos reír, emocionarnos, o ambas cosas. Ha seguido habiendo mucho (y grandioso) silencio. Como caso paradigmático citaremos a Charles Chaplin, que siguió mostrando su talento en películas mudas como Luces de la Ciudad (1931) o Tiempos Modernos (1936). Incluso en sus películas sonoras no abandona el antiguo arte y sus momentos más celebrados mantienen la estética del cine silente. El baile con globo terráqueo de El gran dictador (1940) es un buen ejemplo. Y no podemos dejar de citar, ya en los años cincuenta, las deliciosas películas de Jacques Tati, de quien vimos en nuestro club, hace ya tiempo, Mi tío (1958).


A partir de ahí, la lista de títulos que de una manera u otra recuperan el (buen) gusto por la imagen pura y reivindican el cine eminentemente visual es tan larga como queráis. Y variopinta. Podemos rastrear homenajes y citas desde Coppola (los efectos visuales y de montaje de su Dracula de Bram Stoker (1993)) a Kubrik (la primera media hora sin palabras de 2001, una odisea del espacio (1968)), pasando por Almodóvar (el corto El amante menguante, dentro de Hable con ella (2002)) o la factoría Pixar (el encantador inicio de Wall-e (Andrew Stanton, 2008)). Así, dejándonos mucho en el tintero, llegamos a la actualidad, momento en que casi coincidentes en el tiempo nos encontramos con dos películas que muestran la vitalidad del fenómeno que venimos comentando. Hablamos de L'illusionniste (Sylvain Chomet, 2010), una cinta de animación que recupera un viejo guión de Tati nunca rodado y de The Artist (Michel Hazanavicius, 2011) que deslumbró en el pasado festival de Cannes, con una historia muda sobre el cine mudo, y que estamos deseando ver.


En fin, todo esto viene al caso porque hoy, como ilustran las imágenes que acompañan a estas líneas, deberíamos estar comentando La última locura de Mel Brooks, que es una película con una sola línea de diálogo, pronunciada curiosamente por el mimo Marcel Marceau, y estrenada en 1976. Pero como en este caso el prólogo ha fagocitado casi por completo el escrito, no diré mucho, sólo mi opinión, y dejo paso a los comentarios: La comedia es algo irregular, una sucesión de gags más o menos afortunados y de cameos de las estrellas de la época. A mi juicio, aunque quiere ser homenaje, se queda en parodia. Es como si Brooks quisiera parecerse a Chaplin o Keaton y se quedara en Hill, Benny Hill. Aún así, tiene su gracia y es una apuesta original, aunque algo fallida.



viernes, 25 de noviembre de 2011

Holocausto Descafeinado

Propone: Juli
Comenta: José Antonio



Entre los años 60 y 70 se pusieron de moda coproducciones entre varios países, ambientadas en la Segunda Guerra Mundial y con primeras estrellas del séptimo arte al frente del reparto. Una de ellas es "La hora 25", una coproducción realizada entre Francia, Italia y Yugoslavia en el año 1967 y con la que nuestro compañero Julián nos obsequió recientemente en el Golfa. El director, Henri Verneuil, estaba bastante familiarizado con el tema que trata el argumento, las persecuciones étnicas del régimen nazi, ya que su familia, de origen armenio, huyó siendo éste un tierno infante del genocidio que se practicó en Turquía contra este colectivo en los años previos a la Primera Guerra Mundial. "La hora 25" no habla del holocausto armenio, pero sí aborda el tema de las limpiezas étnicas que los nazis practicaron en el Este de Europa durante la Segunda Guerra Mundial y adapta una novela del mismo título escrita por Virgil Gheorghiu.


Al frente del reparto está Anthony Quinn, este actorazo de origen hispano que siempre acaba interpretando papeles étnicos. Griego, italiano, jeque árabe, indio, mejicano, lo que sea. En esta ocasión es Jannos Moritz, un campesino rumano al que durante la ocupación nazi el corrupto jefe de la policía local envía a un campo de concentración como un judío más, a pesar de que éste en realidad es cristiano ortodoxo. La intención del funcionario es librarse de él para acosar sexualmente a su esposa, interpretada por otra diva del cine italiano, Virna Lisi.


El principal problema que tiene la película es que otros títulos posteriores han ido mucho más allá en la espinosa tarea de llevarnos en este viaje de descenso al horror del holocausto. El argumento se centra más en cómo Janoos mantiene su ingenuidad y su integridad mientras la vida le va poniendo constantemente a prueba, jugando con él para ver cuánto puede aguantar. El hecho de que sea encerrado en un campo de concentración parece más una molestia, como si se le hubiera metido una piedra en el zapato. Vamos que ante todo lo que pasa alrededor, sólo le falta decir "mecachis" y "jolines", cuando está claro que otros emplearían palabras más gordas. De todos modos, el mensaje es bastante claro, al ridiculizar y criticar a aquellos que pretenden etiquetar el mundo en función de su condición étnica. A lo largo del metraje, el protagonista es tomado como la muestra perfecta de varias etnias diferentes. El absurdo de sus vicisitudes llega al extremo tragicómico de que se le llega a tomar por alguien que pertenece a un pueblo que dio origen a la raza aria. Los reproches realizados no quiere decir que estemos ante una mala peli o un producto mediocre. La hora 25 es una película correctamente realizada, con una gran inrterpretación de Anthony Quinn, banda de sonora de Maurice Jarre el compositor de moda en las grandes superproducciones de los 60. No en vano, produce Carlo Ponti, otro de los grandes del cine italiano. El problema, como decía, es que luego han venido otros directores que nos han llevado más allá al ponernos cara a cara con este infierno.




lunes, 21 de noviembre de 2011

¿Dónde habré dejado mi viejo Winchester?


Propone: Pepe
Comenta: Rubén



Dice la Segunda Enmienda a la Constitución de los Estados Unidos: “Siendo necesaria una Milicia bien ordenada para la seguridad de un Estado libre, el derecho del Pueblo a poseer y portar armas, no será infringido”. Dicha enmienda fue propuesta el 25 de septiembre de 1789 y sigue vigente hasta hoy. Y mientras siga la NRA (Asociación Nacional del Rifle) me parece que seguirá en vigor. Esto podría explicar que el premio de un concurso de tiro del pueblo estadounidense de Dodge City fuera, allá por el año 1873 o quizá 74, un rifle último modelo, el mítico “Winchester 73”, que da título a la película que nos trajo Pepe al cineclub. Un western del año 1950, dirigida por Anthony Mann y protagonizada por James Stewart.

Debo confesar que este género cinematográfico no me llena de satisfacción plenaria, aunque reconozco que hay películas que son auténticas obras maestras y que disfruto al visionarlas. Y esto me acaeció al ver este film. Quizá sea porque el hilo narrativo me recordó a un libro de lecturas de mi más tierna infancia. Contaba yo unos nueve años de edad, cursaba Tercero de la extinta E.G.B. y el libro de lectura de clase se titulaba: “Blim”. Pues bien, Blim era una guitarra que va pasando de dueño a dueño, de mano a mano y va recorriendo mundo, mientras nos contaba las diversas culturas, tradiciones, paisajes, gentes y demás de este ancho planeta hasta acabar, de nuevo, en manos de su legítimo comprador. Y aquí es donde la película hizo la asociación. Pues esa arma, un Winchester, pasa de mano en mano, y sirve de nexo para narrar la historia, convirtiéndose así en un auténtico personaje y protagonista de la película.


Sucintamente, James Stewart llega con un amigo a caballo a Dodge City en busca de un fulano llamado “Dutch Henry” Brown. Hay un concurso de tiro cuyo premio es el nuevo modelo Winchester 73, ejerce de jurado el sheriff local, el mítico pero histórico Wyatt Earp. Como no podía ser de otra manera, Stewart, o mejor dicho, el personaje que interpreta, llamado Lin McAdam, gana el premio tras unas exhibiciones de puntería entre él y el fulano, con una asombrosa semejanza tanto en técnica como en puntería. Pero “Dutch” se lo roba (primer cambio de mano). En su huída llega él y sus hombres a una fonda y el rifle pasa a manos de un tahúr que trafica con los indios (segundo cambio) y así llega a manos de un jovencísimo Rock Hudson que interpreta el papelito de un jefe indio (tercer cambio) que cae en un ataque a un regimiento de la Caballería, donde por azar del destino está Lin McAdam y el valiente Steve Miller y señora. El rifle acaba en manos de un soldado del regimiento de caballería interpretado por Tony Curtis (no sé si más joven aquí que Mr. Hudson) que lo encuentra por el suelo después de la refriega (cuarto cambio). Éste a su vez se lo entrega al Sargento del destacamento (quinto cambio) quien se lo pasa al valiente Steve (sexto cambio) quien a su vez lo pierde ante su amigo”Dutch” (séptimo cambio), y así el rifle regresa a su segundo dueño, lo que en parte sentencia en mi opinión el desenlace. Desenlace que si no sorprende por el final, sí por el motivo o motivos de la persecución y el odio cuasi-visceral que hay entre ambos personajes.


Algunas de las manos por las que pasa el rifle

McAdam persigue durante toda la película a “Dutch” por un ajuste de cuentas, está cerca de su rifle un par de veces pero nunca se percata de este detalle. El arma actúa, como ya he mencionado, como un personaje en torno al cual gira todo el argumento de la película. Incluso recibe algunos planos. Le da cohesión al argumento desviando el punto de vista tanto de los acontecimientos como de los espectadores, en mi opinión.

¿Quién no ha firmado alguna vez un billete con la intención de recuperarlo al cabo de un tiempo mientras imaginaba por dónde circularía? ¿Por cuántas manos pasa una moneda hasta que llega a la hucha de un niño que será destinada a las chuches y se pondrá a rodar de nuevo? Y sin embargo, creo que nadie ha filmado un documental o una película sobre el viaje del dinero; por no mencionar los itinerarios que una moneda de Euro puede hacer por medio continente. Como hacía Blim a lo largo de su vida de papel.



viernes, 18 de noviembre de 2011

Cuando el sabio señala la luna, el tonto mira el dedo

Propone: Virginia
Comenta: Si Stebbins



El dedo:
¿Quién es Banksy? ¿Qué hay de realidad y que hay de falso documental? ¿Es real Mr Brainwash o es otra “obra” de Banksy?.



Exit throught the gift shop no es una película en la que buscar respuestas, al contrario, como toda buena historia plantea más interrogantes de los que responde. La genialidad de Exit throught… es que los interrogantes que propone son precisamente los más interesantes.

Plantea dudas sobre la relación entre arte y mercado, sobre las perversiones y contradicciones del underground y sobre el criterio del consumidor de cultura y hasta que punto este puede ser manipulable. Por extensión, pone de manifiesto que es muy probable que no tengamos la sociedad más saludable posible. (Una de esas obviedades que, tristemente, parece necesario reseñar.)

Lo interesante del asunto es que mientras Banksy esta señalando estos interrogantes, la mayor parte de la crítica y el público sigue mirando el dedo.

Lo bonito de esto es que, hasta en el propio hecho de generar esas reacciones, la obra de Banksy esta señalando de nuevo la luna para que cada uno mire donde mejor le parezca.




Si Stebbins, nuestro comentarista invitado de hoy, es el creador del blog Porque Silvia Sobrini es una chica formal

lunes, 14 de noviembre de 2011

De dos en dos


Propone: Manuel
Comenta: José Antonio

Últimamente parece que están de moda los dúos de directores. A ser posbile que sean hermanos, aunque si no lo son tampoco pasa nada. Entre otros, tenemos a los hermanos Coen, a los Wachoski de Matrix y a la parejita de moda en cine francés Jeunet y Caró, autores de películas como Amelie y Delicatessen. Nuestro dúo de hoy no es tan conocido, pero también son franceses: Gustave de Kervern y Benoît Delépine. Son los directores de la película con la que Manuel se estrenó en nuestro cineclub: Louise-Michel. Ambos escriben y dirigen y acumulan ya unos cuantos títulos a sus espaldas, en los que la nota predominante parece ser el humor negro y la mala baba.


Existe un personaje histórico llamado Louise Michelle, que fue una revolucionaria francesa del siglo XIX de ideología anarquista. Ignoro si hay relación entre ella y la película, pero aquí el nombre se desdobla en dos personajes diferentes (otra parejita, vaya por Dios). Eso sí, el espíritu anárquico y la incorrección política están presentes en toda la cinta. "Louise-Michel" nos cuenta la historia de un grupo de trabajadoras que un día se encuentran con que la fábrica en la que han estado trabajando en condiciones de semiesclavitud y por ridículos salarios durante los últimos vente años ha cerrado y las deja de patitas en la calle. El avaro empresario ha decidido montar otra planta en Vietnam en la que podrá pagar unos salarios aún más irrisorios a sus explotados empleados. En total, la indemnización que les queda a las afectadas apenas llega a los 20.000 euros. Louise, una mujer nada agraciada físicamente, asocial y con muy mala leche, propone a sus compañeras reunir el dinero para contratar a un asesino a sueldo para liquidar a su antiguo jefe como venganza por la jugarreta. El sicario con el que contactan es Michel, que nada tiene que ver con otros profesionales que hemos visto en otras pelis. Sus métodos son bastante chapuceros y en ocasiones para cumplir sus trabajos convence a enfermos terminales para que cumplan la misión por él, con el argumento de que así se irán a lo grande.



Con estos precedentes, ya tenemos claro que lo que va a suceder es una sucesión de gags en ambientes de lo más sórdido, con verdaderos inadaptados sociales que buscan su momento de gloria en la vida. No hay concesiones, ni respeto por absolutamente nada. Ni por los enfermos de cáncer, los discapacitados y hasta chistes sobre los atentados de las Torres Gemelas. Habrá a quien esto le molestará, pero en estos tiempos en los que la tendencia es pedir que se prohíba todo lo que no tenga un lenguaje políticamente correcto puede llegar a suponer toda una corriente de aire fresco.


Acabaré con un par de spoilers, por lo que aquellos que no la hayan visto deberían dejar de leer este comentario a partir de aquí. Cuando, al final de la película, los dos protagonistas encuentran a su objetivo, el empresario estalla en carcajadas cuando ellos le dicen quiénes son y a qué vienen. No sabe ni de qué fábrica están hablando. "¿Francia? Hace años que no queda ni una puta fábrica en Francia". La otra sorpresa final de la peli viene a cuento con el género de la pareja protagonista. Resulta que ella es hombre y él era una mujer. Particularmente, la gracia creo que no aporta demasiado a la película y es un tanto gratuita. Pero después de todo lo que se ve en la peli, tampoco es cuestión de rasgarse las vestiduras por eso.


viernes, 11 de noviembre de 2011

Un poco de plancton, por favor

Propone: Juli
Comenta: Rubén


Cuando el destino nos alcance” es el título por el cual se conoce la película estadounidense de 1973 “Soylent Green”, dirigida por Richard Fleischer y protagonizada por Charlton Heston, Edward G. Robinson y Leigh Taylor-Young; que Julián tuvo a bien traer al cineclub para deleite de los escasos miembros que asistimos.

Aunque yo ya había visto la película en mis años de mocedad, hará ya unas veinte primaveras, pues creo recordad que cursaba aquello de 3º de BUP, recordaba la historia, pero no los detalles, así que me sirvió de bálsamo memorístico esta nueva proyección.

Recordaré brevemente el argumento: La película transcurre en la ciudad de Nueva York, en un futuro no muy lejano (año 2022), que cuenta con más de cuarenta millones de habitantes. El cambio climático ha acabado con los recursos naturales. Hay superpoblación a nivel mundial, escasez de agua y de alimentos. La electricidad se la genera cada uno en su propia casa (los afortunados de tener una) con una especie de bicicleta estática, y la idea no es mala, se podría aplicar a los gimnasios. La gente come unas galletitas llamadas Soylent, producidas a partir de concentrados.



Nuestro protagonista es un policía que tiene que esclarecer el asesinato de uno de los jefes de la compañía productora de galletas, encontrado muerto en su propio domicilio. Un lujoso apartamento con agua corriente, bebidas alcohólicas, alimentos de calidad y muy bien “amueblado”. Siempre ha habido ricos y pobres, y parece ser que en el futuro también los habrá. Por cierto, en ese momento es cuando nos dimos cuenta de cómo se imaginaban en los setenta el futuro; y lo mal que ha envejecido la película en este asunto. Los videojuegos modelo “Atari” eran el mañana, y los televisores planos, ni por imaginación del guión, claro.

Es interesante el dato del mobiliario, pues las mujeres jóvenes son propiedad del promotor de las viviendas y son llamadas así, mobiliario. El pobre difunto tenía una chica de ésas en casa. También su guardaespaldas, que se ganaba un sobresueldo haciendo otros trabajitos.




De vuelta al argumento de la película, el protagonista tiene un viejo compañero, un antiguo profesor que recuerda con nostalgia cuando el mundo no era así y era más parecido a lo que todavía tenemos. Así pues, el policía empieza a investigar el asesinato, consigue unos libros de la compañía Soylent, se los entrega a su anciano compañero quien los lee, y allí se dice que los océanos se han secado.

Entonces, ¿de dónde procede el plancton que supuestamente sintetiza la factoría Soylent para conseguir la variedad Green? Y ahí es precisamente cuando el viejo compañero decide actuar y brindarle las pistas a su amiguete policía. Es horrible el origen del nuevo Soylent Green, sólo hacen falta unas pocas pruebas, pero la única manera de conseguirlas es adentrándose en la fábrica.

Hay que destacar la entrega y sacrificio del deuteragonista. Se encamina a un lugar de eutanasia a la carta. Llegas allí, decides cómo quieres morirte (te dejan elegir hasta el color de fondo), y te matan  mientras ves y escuchas tu selección. Eso sí, sin dolor alguno, todo un detalle. El vejete se recrea en unas escenas de naturaleza que todavía se pueden contemplar mientras suena la “Pastoral” de Beethoven.




Un único dato más, finalmente nadie hace nada por esclarecer la verdad. Como siempre tan cerca de la verdad y tan lejos de hacerla pública, pues el buen policía recibe un balazo en una iglesia. Y ahí acaba la película.

Me encanta, por cierto, la manera que tiene la policía de desalojar y dispersar manifestantes y manifestaciones: emplean una pala excavadora acoplada a camiones que bien podrían ser de basura. Así caben más si accionan el compactador.



Al final del comentario se puede abrir un debate ético sobre los temas que trata la película: la eutanasia, la superpoblación, la falta de recursos y sus soluciones... Sin duda empezaremos todos a escribir sobre estos temas.

No os diré de qué están hechas las galletitas Soylent Green, eso sería destripar la película en exceso, hasta para mí, pero os dejo una imagen de la serie Los Simpsons donde hay una referencia a la película, que por cierto, pasa por ser de culto en Estados Unidos, y se le menciona en varias series, videojuegos y demás.



Obtendréis la respuesta, de todos modos, si unís las primeras Capitales de cada párrafo. Es fácil hacer un acrónimo empleando los conectores lingüísticos.




lunes, 7 de noviembre de 2011

Enjuto Mojamuto y la Chochona

Propone: Amalia
Comenta: Juli


En Lars y una chica de verdad, Lars es un tarado tierno y tremendamente tímido que se enamora de una muñeca hinchable de látex, de esas de tamaño natural y personalizadas que se piden por Internet, llamada Bianca. Pues sí, por inverosímil que parezca, estas cosas pasan, aunque el protagonista en la realidad suele ser bastante más feo y con pinta de Friki, de esos que aparecen en programas vespertinos sentados en un sofá y de cháchara con la presentadora, diciendo que tienen una cibernovia o que quieren darle una sorpresa a su mejor amigo y contarle que están enrollados con su madre de 55 años, una madurita todavía atractiva con las tetas recién operadas y capaz de acrobacias sexuales inverosímiles.


Pero la película no tiene nada que ver en realidad con esas gentes ni con esos programas, ya que es buena, divertida, llena de ternura y conmovedora, como una de Disney. Podría decirse que es como un cuento, donde los personajes rebosan humanidad y donde, cada uno con sus matices contribuyen a crear una atmósfera agradable que te envuelve desde el principio de la película y te hace partícipe de la propia historia.

Lars vive en un pueblo pequeñito donde todos se conocen, pero a pesar de ello, es un chico tan tímido que, si no fuera por su hermano, su cuñada y algún compañero de trabajo, solo se relacionaría consigo mismo. Un buen día, le cuentan que existen unas muñecas que tienen una apariencia casi real. Es así como conoce a Bianca, su novia, que viene a verlo metida en una caja de madera. Poco a poco, y por consejos de una psicóloga, la muchacha-muñeca va haciéndose un hueco en los corazones de los habitantes de este pequeño pueblo y también de los espectadores. El resto de la historia la dejo para la nostalgia o para la imaginación.

Como colofón al comentario, una pregunta para el espectador: la psicóloga, ¿consiguió el título porque venía en el envoltorio de un Sugus?


viernes, 4 de noviembre de 2011

Tres tristes polvos

Propone: Pedro
Comenta: Pepe




Nuestra historia de hoy nos acerca a la vida sexual y afectiva de un grupo de neoyorquinos cuyo nexo de unión y punto de encuentro es un local clandestino donde la única norma es la libertad absoluta a la hora de practicar (o no) cualquier tipo de acto, también de índole sexual. El local, dando título a la película, se llama shortbus, que es el nombre que se le da en USA a los transportes escolares para “niños especiales”, que son más cortos que los que transportan a la “gente normal”. Y hoy nos acercamos a unos cuantos de esos niños especiales que pululan por aquí. Es como si entráramos en un bar lleno de gente y fuéramos de mesa en mesa conociendo la historia que cada uno esconde, sus más íntimos secretos.


Tenemos a una pareja que está pensando en abrir su relación a otras personas. Jamie y Jamie son jóvenes y atractivos. Se quieren pero entre ellos hay algo que no funciona. Uno de ellos está grabando un documental sobre su vida, hecho de retales de películas antiguas y grabaciones de si mismo en posturas inverosímiles. Lo que nadie sabe es que en realidad su película es un testamento, una nota de suicidio.


Sentada un poco más allá, con aire de observarlo todo, está Sofia, una terapeuta sexual que, a pesar de todo su conocimiento sobre el tema, está aquí en busca de su primer orgasmo. Apoyado en un rincón, su marido, Rob, se aburre sin saber muy bien qué hacer. Porque cuanto más hablan del tema, más se dicen lo que se quieren y más se recuerdan lo bien que lo pasan juntos, peor lo pasan, más se detestan más se alejan el uno del otro.


Si pasamos por la sala de proyecciones, y dejando a la derecha el salón de la orgía, en una habitación donde sólo se habla está Severin, una dominatrix profesional que esconde un alma dulce y un nombre dulzón, que regala polaroids con mensajes llenos de sentido y que solo busca encontrar una verdadera relación. Cuando conozca a Sofia, intercambiaran los papeles de terapeuta y paciente y se ayudarán la una a la otra.

Entre estas tres historias principales se entrecruzan unos cuantos personajes secundarios memorables que van desde el maestro de ceremonias y dueño del local, hasta un antiguo alcalde de la ciudad angustiado por no haber hecho lo suficiente en los primeros años del SIDA, pasando por un cándido y hermoso joven que completará el trío de los Jamies. Todos ellos se mueven por el local buscando un poco de felicidad o de sucedáneo de ella, como trasunto de sus propias vidas en un Nueva York post 11S desconcertado y triste.   

Porque aunque empieza con un divertido e intenso prólogo que culmina, literal y explícitamente, con un chorretón de semen salpicando (y quizás completando) un Pollock, y a pesar de que su estructura, sus brillantes diálogos y la profusión de guiños de humor la acercan a la comedia, lo primero que pensé cuando vimos Shortbus en nuestro club fue que era una película muy triste. Que incluso en su final, un sui generis final feliz, estaba atravesada por una inmensa melancolía. Porque en la película te acabas encariñando de los personajes y sus angustias diversas. Y por la certeza última de que la película acaba pero la soledad, los miedos, el desconcierto y la misma tristeza no acaban con ella.