martes, 15 de junio de 2010

El ataque de los melenudos

Propone: Juli
Comenta: José Antonio
Perdón por el chiste fácil, pero uno de los calvos del Cineblub nos trajo hace poco una película de melenudos. Hablamos de Julián y su propuesta para el Golfa, que fue Hair, el musical dirigido por Milos Forman en el que se habla del movimiento hippie y la guerra del Vietnam. Hoy llevar el pelo largo supone ir disfrazado de habitante de la Tierra Media, pero hubo un tiempo no muy lejano (en loas 60) en que las melenas y las barbas eran un síntoma de rebeldía. Ahora algunos se rapan la cabeza.
Hair cuenta la historia de un muchacho procedente de una población agrícola de la América profunda que un día se alista para ir a la guerra del Vietnam. En los pocos días que tiene antes de su incorporación a filas decide hacer turismo por Nueva Cork. Allí conocerá a un grupo de hippies, con los que descubre los placeres de las drogas, y una niña pija, con la que descubre el amor. En definitiva, conoce nuevas facetas distintas de la vida, muy diferentes y amplias de aquellas para la que le han preparado. Una vida al margen de un sistema que lo único que espera de él es mandarle a morir a Vietnam como carne de cañón. Una guerra a la que iban los más desfavorecidos y la gente humilde, mientras las clases más altas se beneficiaban de los sacrificios de estos pobres muchachos.
Milos Forman siempre se ha caracterizado por mostrar en sus películas personajes que están al margen del sistema y que disfrutan escandalizando a la sociedad o el entorno en el que viven. Hair es la tercera película de Forman que hemos visto en el Golfa y en ellas se confirma esta regla. El Mozart de Amadeus, el Jack Nicholson de Alguien voló sobre el nido del cuco o los hippies de Hair. A esta lista añado “El escándalo de Larry Flint” o “Man in the moon”, cuyos protagonistas tienen también esa misma vena rebelde. No cito otras, porque no las he visto (aún).
Los hippies de Forman disfrutan provocando. Se cuelan en una fiesta de la jet set y la lían, se meten en el campamento para rescatar a su amigo y llevarle a una comida en el campo, creen en el amor libre, toman su dosis de LSD como si estuvieran comulgando en una iglesia. Sin embargo, todo su modo de vida alternativo se viene abajo cuando se dan de bruces con la realidad. El líder de la comuna tiene que acabar pidiendo el dinero a sus padres para sacar a todos sus amigos de la cárcel. El padre en un momento dado le suelta: “Trabaja, vago”. Otro de la pandilla cree en el amor libre y todas esas cosas, pero en un momento dado aparece su esposa real y le recuerda que tiene un hijo y tiene la obligación de mantenerle. Y finalmente el ingenuo jefe de la comuna cree que puede sustituir a su amigo en el ejército en el rato en el que éste se va de fiesta y que eso no va a tener consecuencias para él. El final es uno de los momentos más impactantes de toda la película.
En cuanto a la banda sonora tiene dos temazos que permanecen en la memoria: “Aquarius” y “Let the Sunshine in”. En lugar de poner una escena de la peli, incluyo este vídeo con esta nueva versión del “Let the sunshine in” que he encontrado en el Youtube. Espero que sus autores no les moleste que lo usemos.

martes, 1 de junio de 2010

El armario de Visconti

Propone: David
Comenta: Pepe


Cuentan que durante el rodaje de El Gatopardo, Luchino Visconti exigió a su director artístico que los armarios y baúles del palacio del príncipe de Salina estuvieran llenos de ropa de época, aunque su interior nunca fuera a ser mostrado en pantalla. La idea era que el decorado fuera lo menos posible un decorado y que algo de toda esa verdadera ropa del interior de los armarios impregnara la pantalla con un halo de verosimilitud, algo que, aunque no se percibiera, estaba ahí. Un argumento parecido debieron esgrimir los primeros detractores del formato mp3, que comprime la música a base de quitarle frecuencias inaudibles por el oído humano, mientras juraban que era una notable pérdida de calidad con respecto a otros soportes. Ese algo que no percibimos, y que sin embargo de alguna extraña manera sabemos que está ahí, es tan difícil de definir como de conseguir premeditadamente.
Pues bien, ese algo está en Smoke, la película que trajo David al cineclub hace algún tiempo y que nos permite asomarnos a las vidas de un grupo de neoyorquinos cuyo punto de encuentro es un estanco de Brooklin en un tórrido verano de finales de los ochenta. Sus historias son cotidianas y tan reales que se diría que están dotadas de alma, que no vemos personajes sino personas, personas que podrían ser las que nos cruzamos cada día de camino al trabajo o en la cola de la panadería, personas que podríamos ser nosotros. Escrita por Paul Auster y dirigida por Wayne Wang, el mérito principal de Smoke está en que es una porción de realidad, un trozo de verdad puesto en imágenes. A ello contribuyen las líneas de Auster y los planos de Wang, por supuesto, ambos aquí auténticos maestros del arte de la contención, poniendo todo su talento al servicio de unos actores en estado de gracia, que alcanzan cotas de grandeza sin aparente esfuerzo. La lista de interpretaciones memorables es tan larga como el reparto: William Hurt es un escritor algo misántropo llamado Paul Benjamin; Forrest Whitaker regenta una gasolinera acuciado por las deudas y las culpas; Stockard Channing busca a su hija drogadicta; Harvey Queitel es estanquero, fotógrafo y excelente contador de historias; y hasta el entonces jovencísimo Harold Perrineau, antes de hacerse famoso corriendo por una isla desesperado por haber perdido a su hijo Walt, borda su papel de adolescente desubicado en busca de un padre.

Los responsables de la película se dieron cuenta de que tenían entre manos un material de primera y, como además se habían hecho amigos durante el rodaje, decidieron quedarse unas semanas más. Así, combinando material nuevo con descartes de Smoke, crearon una especie de secuela que llamaron Blue in the face, peliculilla simpática que está bien, pero a la que, qué queréis que os diga, le falta algo. Claro, es eso tan difícil de definir como de conseguir premeditadamente, algo parecido a lo que Walter Benjamin (mira qué casualidad) llamó aura, eso que Visconti intentó recrear metiendo ropa en un armario.
Os dejo con un vídeo de los títulos finales, con la bonita música de Tom Waitts.